Silueta
Con un buen contraluz puedes atrapar
una silueta a la medida de tus caprichos; después sólo es cuestión de imaginar.
Ahí estaba como un barco
fantasma, amarrado a un muelle inexistente.
En el interior de esa silueta
se esconde un laberinto interminable de pasillos y despachos; una amalgama
incalculable de ordenadores, pantallas y cables. Objetos y utensilios tan
inanimados como necesarios pueblan las mesas de los que están obligados a
cohabitar a diario entre complicidades y desavenencias soterradas o no; entre
secretos a voces o mudos.
Pero ahora, mientras el roce
cotidiano descansa, y en los
pasillos y despachos aún se oye el murmullo del eco de las voces de quienes al
anochecer como una diáspora se dispersan a lo largo y ancho de la ciudad ; ahora que en la cara oculta de este
mastodonte de cristal, cemento, hierro y aluminio, no se ve luz alguna; ahora,
puede que sea el momento esperado, o el momento elegido, simplemente la
ocasión propicia para refugiarse en la soledad de algún despacho: adictos al trabajo porque sus
casas se les cae encima; amantes ocasionales de
oficina, que se prometen una vez más no volver a las andadas antes de que se
enteren sus respectivas parejas; solitarios de llanto escondido que no tienen
quién les espere, etcétera.
La historia más insospechada
puede estar ocurriendo en este momento dentro de esa silueta inerte y
gigantesca.
Puedes imaginar la que
quieras, la más inverosímil es probable que esté ocurriendo.
Una silueta puede ser la cara
oculta de lo inimaginable; la fachada de lo invisible.
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