miércoles, 19 de agosto de 2015

Desayuno frente a la Sierra del Cuera

                                         
                                       Sierra del Cuera

Desayuno frente a la Sierra del Cuera

Es un ejercicio saludable darse realmente cuenta y apreciar lo que se disfruta en el preciso instante que ocurre; es una buena manera de creer que podemos ralentizar el paso de las horas.
 A las 11 de la mañana, con la tranquilidad suficiente y necesaria, preparé un sencillo desayuno: té con limón y dos tostadas de pan de maíz con aceite de oliva virgen.
Me senté en el porche de la casa. Delante de mí, en primer plano, estaba la bandeja sobre una mesa de jardín; enfrente, fuera de este, unas cuantas casas veraniegas –algunas en construcción- ocupaban parte del paisaje más cercano, y, a lo lejos, como fondo de escenario la Sierra del Cuera.
 Desde donde me encontraba podía ver gran parte de su extensión: 30 kilómetros de montes encadenados; un tobogán de apariencia inmóvil cincelado por el escultor más paciente y constante que puedas imaginar: el tiempo.

Sobre el lomo de la sierra se deslizaba una cabalgata de nubes sumisamente alineadas al principio. El aire, que apuntaba maneras de viento, al parecer actuaba como el perro guardián que mantiene el rebaño a raya mientras que lo lleva hacia donde quiere.
Pero, aunque parecían llevar la velocidad justa para que sus formas cambiaran lentamente, coincidiendo con el ritmo matutino del que yo iba despertando a medida que daba buena cuenta de tan exquisito alimento; poco a poco fueron cambiando de rumbo y aspecto.

Sin ningún reparo me dejé llevar por la parsimonia colectiva que flotaba en el ambiente. La sutil invitación que me brindaba el paisaje me hizo pensar que, tal vez en algún tiempo anterior, también pertenecí de alguna manera a esta tierra.
Esto no era la primera vez que me pasaba; y es que cuando encuentro lejanía y espacio, y el viento hace su trabajo con las nubes, me invade esa sensación ingrávida de no pertenecer a ningún sitio, y a la vez,  me asalta una evocación indescifrable y escondida de otro tiempo, mucho antes de esta existencia de ahora.
Hubo un momento mágico: no necesitaba ni esperaba nada porque nada ocurría fuera de mi alcance que me importara.
La simpleza del instante por sí sola era suficiente para sentir la fugaz eternidad de unos segundos irrepetibles de auténtico bienestar. Sólo con estar ahí en ese momento, ya era perfecto.
Y puedo asegurar, que no desentonaba el sabor de tan antiguo y austero manjar con el espectáculio colosal de tan antigua arquitectura.

 




2 comentarios:

  1. Nada más importante que un desayuno sano en plena naturaleza. Soy de las que lo disfruto a diario, mi escultura el Sueve. Abrazo y a disfrutar el momento.

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Esta canción está en dos discos colectivos, con arreglos diferentes, bajo una magnífica producción de Paco Ortega: ¨Secuestrados y Malditos¨...