miércoles, 25 de octubre de 2023


 Caso cerrado

Marta lo tenía todo: había nacido entre algodones, en una familia estupenda y acomodada; había crecido a golpe de días felices; gozaba de un círculo de amigos de su misma tesitura y vivía en una casa magnífica, con todas las comodidades que se le presupone a la clase pudiente.


La noche de su cumpleaños, cuando había apagado las velas y le habían cantado el ¨cumpleaños feliz¨; después de haber abierto todos los regalos de amigos y familiares; cuando la fiesta estaba en su momento más álgido; cuando todos bailaban y cantaban, ella sentía que le faltaba el aire, que de alguna manera tenia que salir al jardín, pero quería hacerlo sola, y eso, era bien difícil siendo la protagonista, no quería dar explicaciones ni tampoco ofenderlos.
Esperó el momento a que el ambiente se calmara, y con el pretexto de ir a la cocina, salió por la puerta trasera de la enorme casa y se adentró en el no menos enorme jardín.
Se perdió entre los árboles que rodeaban la piscina, se sentó apoyada en uno de ellos; aspiró tranquilamente, sin saber por qué sintió de repente esas ganas de huir, de quedarse a solas en mitad de esa noche tan especial, aunque fuera un momento.
Cuando calculó que se iba notar su falta, y aunque sin saber por qué, lo que quería era seguir allí bajo el cielo estrellado, regresó a la fiesta, recogió unas hojas de hierbabuena para tés fríos y así excusar su salida.
Antes, los únicos que se dieron cuenta de su ausencia, fueron su madre y el chico con el que compartía algo más que una amistad, y que, era el que más éxito tenía entre las chicas: ¨el más guapo del baile.¨
Salió al jardín también, pero por la puerta principal, y por mucho que la llamó y la buscó no obtuvo ninguna respuesta; entró de nuevo en la casa y esperó que apareciera.
Cuando ella volvió con la hierbabuena, dieron por válida esa extraña salida.
La noche transcurría según lo planeado: risas, música, baile y alegría.
Pasó el tiempo y la algarabía se fue calmando, algunos invitados comenzaron a despedirse entre carantoñas y besos; antes de las dos de la madrugada se fueron los últimos. La fiesta había comenzado a las ocho de la tarde.
La velada había terminado.
Aún entre charlas y risas, pusieron un poco de orden en el salón y dejaron la mayor parte para el servicio que vendría por la mañana temprano. Al rato, sus padres y sus dos hermanos, se despidieron de ella, con un beso y un hasta mañana, mientras Marta comenzó a envolver de nuevo los regalos. Todos se fueron a la cama, con ese cansancio feliz de haberlo pasado muy bien.
Ya en su habitación, esperó el tiempo suficiente para que la casa, con su silencio reposado, le avisara que todos dormían. 
Eran las 3 de la madrugada, bajó las escaleras con mucho cuidado para no despertar a nadie y salió al jardín. 
Anduvo despacio, descalza sobre el césped, sintiendo bajo sus pies la caricia de la hierba en una magnífica noche de verano. 
Se tumbó boca arriba, respiró pausadamente mientras se abandonaba en los brazos de una noche silenciosa, en un momento único e inexplicable. Sentía profunda y lentamente el sutil movimiento de las estrellas frente a sus ojos; algo en su interior se desplazaba al compás sincronizado del universo, y no tenía ninguna duda de que ella formaba parte de aquel paisaje de luz y oscuridad.
Era tan fuerte, y al mismo tiempo tan dulce la sensación que la inundaba, que no pudo evitar ni quiso las delgadas lágrimas que se deslizaban por sus sienes.
No podía controlar nada de lo que estaba sucediendo, y sin embargo no solo no le importaba, sino que lo estaba disfrutando. 
No le podía poner palabras, ni tampoco hacía falta, lo único que deseaba, era dejarse llevar por aquella enigmática, placentera e indescriptible fuerza que la atraía hacia arriba.
Nunca había sentido nada igual. Cerró los ojos y, lo que hubiera sido una sorpresa no lo fue: veía el mismo paisaje que cuando los tenía abiertos. Ahora, con más intensidad si cabe.
Finalmente, se dejó llevar feliz y sin miedo alguno, hacia donde sólo ella podía saberlo. 


A unos cuantos metros, entre las cortinas de una de las ventanas, la madre la había observado, antes de irse a la cama. Fue ayer mismo y a estas horas de la madrugada, cuando la acunaba entre sus brazos hasta que se dormía. Habían pasado 18 años.
Cuando se fue a dormir, lo hizo con la certeza de que allí no corría ningún peligro; vivían en una urbanización rodeados de casas enormes y carísimas, como la suya. Tenían vigilancia las 24 horas del día, no sólo en la puerta, sino que además había guardias de seguridad rondando constantemente. 
Se acostó junto a su marido, respiró hondo y pausado antes de dormirse plácidamente.
A la mañana siguiente, sobre las 9 fueron apareciendo todos por la cocina, donde se reunían a desayunar; donde todo estaba ya preparado por las chicas que trabajaban en la casa. 
Mientras daban cuenta de un buen desayuno, iban saliendo cosas ocurridas la noche anterior. Entre risas, recordaban diferentes historias de los amigos y los personajes que estuvieron esa noche.
Cuando estaban en ésas, el padre preguntó por su hija, era raro que no estuviera allí con ellos. La madre le dijo que quizá se habría quedado un poco más en la cama, estaba muy cansada por los días de preparación de su cumpleaños.
Pasó media hora aproximadamente, sus hermanos terminaron de desayunar y se fueron; la madre le dijo a una de las chicas que fuera a despertar a su hija.
Desde la cocina el padre y la madre oían cómo llamaba  a la puerta de la habitación una y otra vez diciendo su nombre: Marta, Marta, el desayuno.
La chica bajó diciendo lo que ya sabían, Marta no le había respondió.
La madre, se acordó de la noche anterior; una sacudida la hizo levantarse de la silla, subió de prisa hacia la habitación de su hija y abrió la puerta, la cama estaba hecha, allí no había dormido nadie. 
Bajó corriendo hacia el jardín, fue hasta el sitio donde la vio por última vez, no estaba ni su silueta.
 
En poco tiempo, todos estaban buscando a Marta por la urbanización. Se corrió la voz y se unieron los vecinos, incluidos los que estuvieron en la fiesta de su cumpleaños. 
Los encargados de seguridad, les dijeron a la familia que esa noche no había sucedido nada anormal.
Cuando dieron parte a la policía, esta les aconsejó que sería conveniente avisar a la prensa, para que la búsqueda se ampliara lo máximo posible. 
Como es lógico, un ejercito de periodistas acampó frente a la casa, no sólo estaban atentos a lo que entraba y salía, sino que además, algunos pululaban por la urbanización en busca de la exclusiva de turno
La historia tuvo tanta repercusión, que no tardaron mucho en recibir alguna llamada, diciendo que sabían algo sobre el asunto.
La más preocupante de todas fue una que decía que la tenían secuestrada, y que por una cantidad, muy superior a la recompensa, la soltarían.
Un periodista muy listo, se enteró de la noticia; al día siguiente estaba en primera plana.
La policía, que tenía intervenido los teléfonos, localizó la llamada y en poco tiempo detuvieron a los  falsos secuestradores.
La madre, aun dentro de la angustiosa idea del secuestro, lo hubiera preferido, pagando el rescate la tendría con ella. Ahora de nuevo, sólo tenía su ausencia.
Los días pasaban y nada se sabía de Marta. Todos en la casa continuaron con sus vidas por pura inercia; a pesar del dolor, había que seguir adelante.
 
La  mujer que le dio la vida, fue también al última persona que la vio vivir. Recuerda una y otra vez, cuando se fue a la cama: la dejó allí tumbada, mirando las estrellas; pensó y sintió que todo estaba en su sitio, no le pedía más al destino, el mismo que ahora le desgarraba el alma hasta los huesos. 
Ahora, cada día sin noticias de su hija, era una esquirla que se le clavaba en el corazón, pero, no le quedaba otra que disimularlo. Tenía que cuidar de los suyos, así como notaba que ellos también se desvivían por hacerle la vida más fácil.
Pasó el tiempo suficiente como para que la policía diera el caso por cerrado, no había ni un solo indicio de cómo sucedió la desaparición. Fue un hecho inmaculado: ni el lugar ni la causa, ni el tiempo, nada arrojaba ninguna mínima pista sobre el suceso.
Los años hicieron su trabajo, y los hermanos, siguiendo la estela de una familia clásica, también se casaron y tuvieron sus hijos. No fue milagroso, pero en parte, este hecho sí les endulzó la existencia a los abuelos. 
Entre los cinco nietos de los dos hijos, había nacido una niña, que tenía cierto parecido, con la que hubiera sido su tía Marta.
A medida que iba creciendo, los ojos y la manera de mirar, recordaban en cierta manera a su tía desaparecida. Para la abuela, claro está, era el vivo retrato de su hija. 
No obstante, la mujer casi sin proponérselo, todas las noches antes de irse a dormir, desde la inexplicable desaparición, se asomaba a la ventana de su habitación, desde donde la vio por última vez y se quedaba un rato mirando el lugar. En ocasiones, estaba tanto tiempo pegada al cristal, que a veces el marido se despertaba y se acercaba también la ventana, para llevarla con toda la delicadeza de la que era capaz a la cama.
Pasaron unos cuantos años más, el que fue su compañero durante tanto tiempo, con el que había compartido su existencia, en lo bueno y lo malo, se fue también al lugar de nunca jamás. Se le paró el corazón sin previo aviso, como a los relojes viejos y antiguos a los que se le rompe la cuerda.
Después de esto, los hijos insistieron en que se fuera vivir con uno de ellos; que no se quedara en una casa tan grande ni viviera tan sola. Le propusieron que la vendiera, ella se negó rotundamente, su vida entera estaba allí.
Les dijo que se encontraba bien en esa casa; que fueran a verla cuando quisieran, sobre todo ¨Martita¨, su nieta preferida, la que ya era casi una adolescente.
De las dos mujeres que trabajaban cuidándola y manteniendo la casa, una vivía allí desde los tiempos en que Marta era aún pequeña, era una más de la familia. La otra, más joven, entró mucho más tarde, pero también vivía en la casa.
Las dos sabían ya de la costumbre que tenía la señora: acercarse al cristal de la ventana de su cuarto a mirar antes de acostarse. Para ella, nada se había cerrado.
Con la edad se fue acentuando, de tal manera que una de esas noches quiso acercar un sillón del cuarto hasta la ventana, pero ya no podía. Al día siguiente, en el desayuno, comentó en la cocina lo que pretendía; esa noche estaba el sillón al lado de la ventana, desde donde se veía el sitio. 
Desde entonces se sentaba todas las noches en el sillón. A veces llegaba el amanecer y se despertaba allí sentada; se levantaba con mucho trabajo e iba hasta la cama para tratar de dormir un poco más. Cuando se incorporaba y mientras alcanzaba aquello que cada vez parecía estar más lejos, ya comenzaba a dudar si le dolían más los huesos o sus recuerdos.


Una noche de verano, en el aniversario de la misma en la que sucedió todo, al rato de estar sentada con la ventana abierta, en ese duermevela que ya era habitual, creyó ver algo en el lugar al que siempre miraba. Entreabrió los ojos, no sabía si estaba soñando o era una realidad: la silueta de su hija estaba tumbada en el mismo lugar donde la vio por última vez. No era una imagen clara, pero era ella. Lejos de sorprenderse, lo aceptó como algo normal, además el reloj marcaba la misma hora. Sin poder controlar lo que hacía, igual que Marta aquella noche, se dejó llevar, cerró los ojos con su imagen, ahora sí, nítida e intacta, y con esa felicidad que creía ya perdida para siempre, se fue quedando dormida lenta y profundamente. Antes de entrar en el mundo de los sueños, sintió un leve roce en su frente, un suave beso de buenas noches y un susurro que le decía: todo está bien mamá.


A la mañana siguiente, entró en la habitación, con mucho cuidado, la mujer que la había cuidado todos estos años, y la que, se había convertido en su mejor amiga y confidente. La encontró en el sillón con una leve sonrisa, y una expresión de felicidad irremediable para siempre. Por la ventana, que seguía abierta, entraba una suave brisa con olor a hierbabuena. 
Ahora sí, todo había concluido, ahora era un caso cerrado.




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