El aprendiz profesional
Una hoja en blanco, puede ser
una clara invitación a contar una historia.
De la misma manera, un acorde
inesperado, encontrado casualmente, tiene el poder de seducción suficiente para
que te impulse a tararear una melodía en
apariencia desconocida.
El ritmo y el tiempo es casi
consustancial al nacimiento de una canción.
El ¨tempo ¨ es otra cosa: es
el pulso del alma según su estado de ¨ ánima ¨.
Por otro lado, en el corazón de un acorde caben tantas melodías como penas y alegrías en el corazón humano.
Y, de las infinitas historias que se pueden cantar, a veces, tampoco sabrás si
las palabras escogidas eran las más idóneas.
Componer no deja de ser un
juego, por muy seria que sea una
canción. Es una especie de rompecabezas, y cada cual, tiene su propia manera de
resolverlo.
Para ese particular milagro
artesano, a veces, hay que derrochar la inocencia necesaria para creer que se
puede decir en 3 o 4 minutos lo que el destello de una mirada en un sólo segundo.
El comienzo de una canción
que aún no existe es el principio más incierto, y ésa, es su mejor baza. Las mejores canciones tienen ese extraño
equilibrio entre la palabra y la melodía, que consiste en que ninguna de las dos
salve a la otra del fracaso, y en ese imaginario y aproximado cincuenta por
ciento que cada una aporta está la dificultad. El cálculo no es intencionado,
es fruto de la complicidad entre ambas, del acierto para encontrarlas.
Es un oficio único este; y no
es pretencioso decir que una canción se
alimenta de literatura y música para existir. Pero, en realidad su
existencia es mínima: sólo vive en el preciso instante que suena.
Cada palabra, cada sílaba engarzada
a una melodía tarda en evaporarse el tiempo que dura la nota que la sostiene.
Después de repetirse este proceso una y otra vez, cuando termina la canción,
nos queda ese regusto indescifrable e indescriptible que sólo el ¨alma¨ sabrá
interpretar.
Las canciones son pasto de la
memoria y el corazón, y lo mejor de este alimento es que es imperecedero.
El tiempo que se tarda en
escribir una canción, su duración y sus características son tan variadas como
incalculable es el número de ellas que ya existen.
Afortunadamente no hay un
patrón, una línea a seguir que te asegure que una canción logrará aquello que
distingue a las perecederas de las ¨eternas¨ .
Toda canción que se precie de
ser medianamente aceptable, se abrirá paso a través del tiempo; se renovará
cada vez que suene como si se alimentara de su misma antigüedad. Será el legado
de sus autores cuando ya no existan y seguirá así, dejándose querer, mientras
se la cante.
Todas ellas, desde la más
alegre a la más drámatica, desde la más sentida y densa a la más liviana, todas
las que pasan de una generación a otra como un legado, una herencia colectiva
que se va incorporando a su vez a las recien nacidas, han convivido con los
sentimientos de millones de personas.
A saber cuántos corazones
sintieron las dulces tarascadas de ¨ Caruso¨ de Lucio Dalla.
¿ Cuánta gente habrá cantado
y bailado ¨ La bamba ¨ ?
Cuando Ritchie Valens hizo la
primera versión moderna de ese tema ( una canción de autor anónimo del folclore
mexicano del siglo XVII), no sé si imaginaba la que iba liar. El invento, esa
rueda de tres acordes se convirtió en santo y seña de un montón de canciones;
copias más o menos afortunadas de la misma fórmula. Puede que lo que hoy
llamamos ¨Rock¨ , se iniciara con esa
versión y otras de los años -50.
Los ejemplos serían
interminables, y el asunto da para tanto como maneras y canciones hay.
Es más fácil pisar tu propia
sombra que delimitar la frontera de las canciones.
Dar unas cuantas pinceladas
melódicas durante cuarenta y cinco segundos, sobre dos o tres acordes y contar
algo medianamene interesante, es un opción estupenda para la sutileza. Hacer un
tema que dure siete u ocho minutos, con un ritmo que te haga mover el esqueleto
o llevar el compás con el pie es otra manera, una de tantas. Aparte de los
clásicos tres minutos y medio o cuatro, las combinaciones son ilimitadas.
No importa si tiene
estribillo o no; si pones un puente después de la estrofa o esta ocupa todo el
tema en una rueda, un bucle que se repite; lo que en realidad interesa es que la
canción se te cuele hasta los huesos, y no sólo quieras volver a oírla, sino
que te la lleves a vivir contigo para siempre.
Comenzar
una canción siempre es un reto, una manera de aprender, de comprobar una vez
más que toda la libertad que tienes para encontrarla, es precisamente, la que
se vuelve contra ti si no consigues seguirle el juego que te propone.
Hace 47 o 48 años, cuando
comenzaba en este oficio, ya existía esa pregunta cliché que decía: ¿ Tú qué
haces antes la letra o la música ?
Reducir de esa manera tan
ingenua las posibilidades que tiene una canción de nacer, no deja de tener
cierta gracia y también demuestra el desconocimiento del tema de quien hace la
pregunta.
No tengo ni idea de cómo voy
a comenzar el próximo tema; no sé si va ser con una guitarra, un teclado o una
sonaja; si va a insinuarse sin ningún instrumento o me va a invitar a que lo
descubra a través del silencio más insólito que se cruce en mi camino.
Lo que si tengo claro, es que de tanto jugar
al gato y al ratón con las canciones, no me interesa cómo las comienzo, sino
cómo las termino.
Ahora sé que soy un aprendiz
profesional, y de camino que me cubro las espaldas contra el aburrimiento, vivo
al amparo de lo que aún no sé. Busco las canciones con la paciencia del que
sabe que más que el número, importa la identidad.
Cada canción debería ser
única, otra cosa es que se consiga. Hoy no tengo interés en hacer canciones y más canciones, ahora juego con la sombra de la primera que se me insinua, le doy su tiempo y cuando se deja y
comienza a tomar cuerpo, ésa, es la última golosina para mi alma. La última canción.
¡¡Qué bonito ¡¡¡, atiborrarme quisiera yo de golosinas para el alma para reflejarlas después en el lienzo. Escribiendo como lo haces no es difícil hacer canciones. Enhorabuena por esa virtud pedazo de creador y artista. Un saludo.
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