domingo, 7 de junio de 2015

La línea divisoria

     
                


 
Era Agosto y yo estaba en la terraza de un décimo piso. Subir allí es ir a recoger postales en vez de setas; te puedes llevar un cesto en tu cámara, y más si eliges bien la hora.

Cuando es uno de esos días de nubes con prisa, y se amontonan y se mezclan sin tregua alguna, la luz pinta cada minuto distinto del anterior.

Ese día no había ninguna nube, el cielo de las nueve de la noche enrojecía hacia la oscuridad y a mí me quedaba poco tiempo de recolecta.

Ya llevaba suficientes fotos, pero ese sol escurridizo pegado al edificio merecía una más. Cuando ya la tenía a punto, aparece un maldito cable ahí en medio. No había manera, esa línea divisoria y transversal rompía la postal antes de que existiera. Así que, como el tiempo se me iba de tal manera que pronto perdería color, decidí darle el protagonismo que requería esa cosa.

 El problema era que no sólo estorbaba, sino que encima jugaba al gato y al ratón con la cámara: no la podía esquivar, pero tampoco se dejaba enfocar.

Finalmente acercándome más de lo que hubiera querido lo cacé.

Nunca habría pensado que todo un paisaje y un atardecer servirían de soporte y adorno para un cable, sin más interés ni servicio que sujetar una antena en el edificio de enfrente.



Las líneas divisorias con las que nos encontramos a lo largo de la vida son muchas, quizá demasiadas, y no siempre se pueden sortear. Entre otras razones porque somos líneas divisorias ambulantes.

Si todas las que nosotros mismos trazamos brillaran como leds, veríamos con estupor que vivimos dentro de nuestra propia jaula desde siempre y para siempre.

Para comprobarlo sólo hay que coger un papel e ir apuntando aquellas a las que no puedes renunciar; las que te impiden hacer la foto de detrás con claridad, porque están ahí puestas por ti para no pasar tú o que no pasen hacia ti.

En fin, era sólo de una foto de lo que quería hablar, pero el boquerón que llevo dentro se empeña en darle a la tecla en este caso, en vez de a la húmeda. Es un boquerón con vida propia, que se fija como un búho, pero me habla como una cotorra, y yo no puedo hacer nada por callarlo, me cuenta cada cosa, y además sin parar. Es un pesao, por ejemplo ahora mismo está escribiendo él, yo ya me he ido, porque sólo quería  hablar de una…fotografía.




        

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