Vídeo: Javier Batanero
Mi
yo-yó
Dedicarle
una canción a ese loro que vive conmigo; a ese personaje incansable que pulula
por mi cabeza con total impunidad, y que –esto es lo peor-, me cuestiona cada
vez que le da la gana, no fue una buena idea. Cuando terminé el tema se creció,
y anduvo un tiempo insoportable.
Ésta
es de las pocas canciones que hice en una tarde y media.
Comencé con el clásico juego
de dejarme llevar por lo que aún no existía y, cuando me di cuenta, tenía la
canción casi entera: letra, melodía, compás y estructura. El ¨casi¨ es porque
ahí faltaba el porqué; un último toque, el pegamento que le diera coherencia a
lo que a todas luces era totalmente incoherente.
No encontraba la manera de
resumir todo en algo fácil, simple, sencillo, o lo que es lo mismo, en un estribillo.
Dejé la puñetera canción (pueden llegar a ser
muy puñeteras cuando juegan al gato y al ratón contigo, hasta que las encuentras),
para seguirla en otro momento.
Al día siguiente volví a
tantear el terreno, pero sin éxito ni perspectivas. Como ya llevaba unas dos
horas en el tajo, decidí parar.
Fui a la cocina a prepararme
un té, y mientras me entretenía en este menester ( suelo hacerlo con la
dedicación que se merece, sobre todo si es un buen té) pensé, por primera vez
en mi vida, que componer era muy parecido a jugar con un
yo-yó: lanzas el disco y lo recoges, lo vuelves lanzar y vuelta a empezar, y
así, hasta el infinito.
Luego la idea se fue
extendiendo hasta llegar a la conclusión de que todo el mundo llevamos dentro
un yo-yó que no paramos de tirar y recoger hasta la saciedad. Pensamientos yendo
y viniendo sin tregua ninguna, que lanzamos y recogemos una y otra vez hasta
caer exhaustos. Una trampa mortal.
Pues bien, estaba en yo con
mi yo-yó, cuando caigo del olivo y, me doy cuenta de que su nombre y mi
pronombre son tal para cual.
En un segundo mágico todo
encajó. Ahí estaba, era tan simple, tan tonto y al mismo tiempo tan redondo,
que supe de inmediato que ése era el resumen, el pegamento y la guinda.
Estoy convencido de que fue
mi otro yo, (el que me vigila ahora) precisamente él, el que me atrajo hacia la
cocina con la sabrosa idea del té. Una vez allí, con la distracción y el relax
se encargó de que viera yo, o sea éste que escribe, lo que él ya había visto
mucho antes.
Es a él a quien se le
ocurren las cosas; después se evapora y yo lo que hago es trabajar.
El vídeo es un ingenioso
trabajo de Javier Batanero que en su momento hizo. Otro chispazo.
Precioso tema Maestro
ResponderEliminar