jueves, 10 de abril de 2014

Mi yo-yó






                                    
                                       Vídeo: Javier Batanero


Mi yo-yó

Dedicarle una canción a ese loro que vive conmigo; a ese personaje incansable que pulula por mi cabeza con total impunidad, y que –esto es lo peor-, me cuestiona cada vez que le da la gana, no fue una buena idea. Cuando terminé el tema se creció, y anduvo un tiempo insoportable.

Ésta es de las pocas canciones que hice en una tarde y media.

Comencé con el clásico juego de dejarme llevar por lo que aún no existía y, cuando me di cuenta, tenía la canción casi entera: letra, melodía, compás y estructura. El ¨casi¨ es porque ahí faltaba el porqué; un último toque, el pegamento que le diera coherencia a lo que a todas luces era totalmente incoherente.

No encontraba la manera de resumir todo en algo fácil, simple, sencillo, o lo que es lo mismo, en un estribillo.

Dejé  la puñetera canción (pueden llegar a ser muy puñeteras cuando juegan al gato y al ratón contigo, hasta que las encuentras), para seguirla en otro momento.

Al día siguiente volví a tantear el terreno, pero sin éxito ni perspectivas. Como ya llevaba unas dos horas en el tajo, decidí parar.

Fui a la cocina a prepararme un té, y mientras me entretenía en este menester ( suelo hacerlo con la dedicación que se merece, sobre todo si es un buen té) pensé, por primera vez en mi vida, que componer era muy parecido a jugar con un

yo-yó:  lanzas el disco y lo recoges,  lo vuelves lanzar y vuelta a empezar, y así, hasta el infinito.

Luego la idea se fue extendiendo hasta llegar a la conclusión de que todo el mundo llevamos dentro un yo-yó que no paramos de tirar y recoger hasta la saciedad. Pensamientos yendo y viniendo sin tregua ninguna, que lanzamos y recogemos una y otra vez hasta caer exhaustos. Una trampa mortal.

Pues bien, estaba en yo con mi yo-yó, cuando caigo del olivo y, me doy cuenta de que su nombre y mi pronombre son tal para cual.

En un segundo mágico todo encajó. Ahí estaba, era tan simple, tan tonto y al mismo tiempo tan redondo, que supe de inmediato que ése era el resumen, el pegamento y la guinda.

Estoy convencido de que fue mi otro yo, (el que me vigila ahora) precisamente él, el que me atrajo hacia la cocina con la sabrosa idea del té. Una vez allí, con la distracción y el relax se encargó de que viera yo, o sea éste que escribe, lo que él ya había visto mucho antes.

Es a él a quien se le ocurren las cosas; después se evapora y yo lo que hago es trabajar.



El vídeo es un ingenioso trabajo de Javier Batanero que en su momento hizo. Otro chispazo.












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